 |
 |
 |
 |
 |
 |
 |
En busca de Algo Verde
Relato muy melancólico, lo sé, pero mi situación anímica también lo era. Tenía 23 años y una crisis existencial. El relato desde luego es un reflejo de mi mundo interior. Y este tipo de relatos me ayudan a modo de catarsis, de terapia. En mi vida interior, las distintas etapas por las que he pasado, se me presentan con un color, como el camino sintético amarillo, o el tiempo gris o la etapa verde a la que todavía no he llegado pero que ansío encontrar.
¿Cuándo empecé a viajar? Creo, sinceramente que nunca estuve parado. Ya he visitado más de un centenar de mundos todos igual de podridos. Hoy en la pantalla una masa verde, aparentemente un mundo vegetal, colorea mi amarillo rostro con esa tonalidad de vida, de vida sencilla, independiente, no pensante, feliz.
Mi cara se tiñe de ese verde porque hace más de 10 minutos que apagué las luces de la cabina de mando porque quería que la oscuridad de aquí arriba borrase el pasado de mi existencia y la luz verde sustituyera todo lo anterior, rellenase los huecos y curase las heridas. Es algo nuevo, aunque ya repetido. Pero algo me dice que esta vez sí, que la búsqueda de mi época verde ha concluido, que mi camino será verde, que por fin abandonaré el anterior camino sintético amarillo.
En la cabina no hay luz pero si hay sonido. Unas notas, parecidas a un piano se combinan con el violín. Es melancólico ¿el qué? La música, el ambiente, los recuerdos, el planeta, su vida, la mía, la de todos. ¿Descenderé? Para qué. Hoy me decidiré a hacerlo. Cortaré la corriente y dejaré que la muerte del frío espacial se cuele por el fuselaje y tome mi cuerpo como nunca antes criatura lo había hecho y en el delirio final de la muerte por congelación mis nervios ópticos transmitan un color: el verde y sueñe con praderas inmensas de vegetales pequeños dónde poder correr y dormitar, sólo rota la tranquilidad por el ululante silbido de un animal suave, brillante que desde arriba parezca saludar y desear un buen y feliz viaje final.
Relato muy melancólico, lo sé, pero mi situación anímica también lo era. Tenía 23 años y una crisis existencial. El relato desde luego es un reflejo de mi mundo interior. Y este tipo de relatos me ayudan a modo de catarsis, de terapia. En mi vida interior, las distintas etapas por las que he pasado, se me presentan con un color, como el camino sintético amarillo, o el tiempo gris o la etapa verde a la que todavía no he llegado pero que ansío encontrar.
¿Cuándo empecé a viajar? Creo, sinceramente que nunca estuve parado. Ya he visitado más de un centenar de mundos todos igual de podridos. Hoy en la pantalla una masa verde, aparentemente un mundo vegetal, colorea mi amarillo rostro con esa tonalidad de vida, de vida sencilla, independiente, no pensante, feliz.
Mi cara se tiñe de ese verde porque hace más de 10 minutos que apagué las luces de la cabina de mando porque quería que la oscuridad de aquí arriba borrase el pasado de mi existencia y la luz verde sustituyera todo lo anterior, rellenase los huecos y curase las heridas. Es algo nuevo, aunque ya repetido. Pero algo me dice que esta vez sí, que la búsqueda de mi época verde ha concluido, que mi camino será verde, que por fin abandonaré el anterior camino sintético amarillo.
En la cabina no hay luz pero si hay sonido. Unas notas, parecidas a un piano se combinan con el violín. Es melancólico ¿el qué? La música, el ambiente, los recuerdos, el planeta, su vida, la mía, la de todos. ¿Descenderé? Para qué. Hoy me decidiré a hacerlo. Cortaré la corriente y dejaré que la muerte del frío espacial se cuele por el fuselaje y tome mi cuerpo como nunca antes criatura lo había hecho y en el delirio final de la muerte por congelación mis nervios ópticos transmitan un color: el verde y sueñe con praderas inmensas de vegetales pequeños dónde poder correr y dormitar, sólo rota la tranquilidad por el ululante silbido de un animal suave, brillante que desde arriba parezca saludar y desear un buen y feliz viaje final.
